jueves, enero 12, 2006

LA GRIPE DE LA GAVIOTA

En alguna ocasión, esta semana, he lamentado no tener una fe religiosa inquebrantable que me permitiera elevar mis oraciones pidiendo que algunas cosas no sucedan. Habría pedido para que se acabe el hambre en el Mundo, y cubriría el hueco que dejan los obispos que, al dedicar su tiempo al Estatuto de Cataluña, tienen menos para otros menesteres más acordes con la fe que profesan. Habría pedido para que Santa Lucía iluminara a la FAES de Aznar, al objeto de que no acabe encontrando en el mismo estatuto, además de “asesinatos piadosos” y “poligamia” algún atisbo de zoofilia, que todo se andará. Habría pedido por Rajoy y Zaplana para que les quite Dios de la cabeza la manía de amenazar con la vuelta a las armas entre españoles, y se dediquen a aportar lo mejor que tengan, si algo tienen además de un tremendo afán de armar gresca, para que todos los estatutos de autonomía tengan un trámite respetuoso y un final feliz. Pero no es el caso. No estoy calificado para rogar al cielo, no soy digno de ello.
Si lo fuera, quizás más útil que todo lo anterior habría sido pedir, por el amor de Dios, que nunca enfermen de gripe las gaviotas, sobre todo esas que en grácil vuelo impreso se presentan en todos y cada uno de los logos del PP, y que, a juzgar por los comportamientos de sus dirigentes, ya están contagiadas y la pandemia afecta a todos los dirigentes. Si no, cómo es posible semejante alteración político - neuronal.
En nuestra Comunidad la pandemia de la gaviota tiene consecuencias funestas. La mutación del virus, producida por la pólvora de algún sarao, provoca comportamientos caracterizados por una irrefrenable e incorregible ansia por derrochar el dinero público, por montar fastos y boatos de “burreberrys” para arriba, y por pagar sobrecostes multimillonarios que se esconden hasta que revientan, o hasta que se salen de los bolsillos privados por falta de espacio, al no haber previsto los perceptores que el descontrol y la generosidad del Consell de Camps fuera de tamaña envergadura y diera para tanto.
Nos decían que, una vez más, eran falsas las cifras de los costes de la Ciudad de las Artes y las Ciencias que venía dando el Conseller de Hacienda, pero nunca creímos, ni que lo fueran tanto, ni el sobrecoste tan descomunal como inaceptable. Nos habíamos quedado cortos.
Pensaron que la presión que, como siempre, ejercerían y los ataques de antivalencianos a quienes se atrevieran a criticar, serían suficiente antídoto para evitar que se pudiera cuestionar lo gastado en estas obras. No puede ser. Una cosa es valorar la importancia de una obra y otra cuestionarse su rentabilidad, su coste, la transparencia de su ejecución y el pago sumiso de escandalosos sobrecostes, con los que se podrían construir hospitales, institutos, colegios, residencias de Tercera edad, a razón de varias decenas, o incluso, asumir los conservatorios que, como los de Buñol y Lliria, tiene que asumir el escuálido presupuesto municipal en unos municipios vanguardia de la bandística valenciana.
Tanta inmoralidad, tanto descontrol, tanta oscuridad en las cuentas públicas, tanta generosidad para enriquecer a unos cuantos a costa del bienestar y del futuro de muchos, son inadmisibles en una país de la Europa del Siglo XXI. Tantas facilidades y tanta complacencia con la corrupción, no puede ser normal. Esto no resiste un mínimo juicio de ética política y de principios democráticos. Tiene que ser una gripe que al contagiar a la gaviota del PP ha alterado las neuronas políticas de todo el partido, y no hay vacuna.
Conviene aislar del poder a los contagiados para que la Comunidad no se afecte por tanto derroche inmoral y tanto gasto mal pagado. El dinero que pagamos la mayoría en impuestos lo ganamos trabajando. Es inadmisible, simplemente. ¿Cuánto falta para 2007?


Andrés Perelló

No hay comentarios: