domingo, febrero 26, 2006

ÁNGELA LLINARES

(Publicado en LAS PROVINCIAS 26/02/06)
Un viernes por la mañana un profesional del periodismo dudaba de que pudiera escribir un día esta columna sin hablar de Camps. Le repliqué que, a buen seguro, era posible. Camps ocupa el espacio que requiere mi dedicación política y ninguno en mi vida. Podría escribir millones de artículos sin nombrarle. Pero nunca pensé que la causa de dejar de lado a Camps, y a todo lo acontecido esta semana, fuera el fallecimiento de una persona con quien nunca compartí carné de partido, pero con la que compartí visión del mundo y acciones para cambiarlo, Ángela Llinares. Comunista de las de actitud ante la vida, humanista coherente, solidaria practicante, luchadora infatigable, diputada honesta, mujer que no quiso ser madre porque le sobraron hijos acogidos, y amiga de las de poder contar con ella.

Desde la Hamada, dura e inhóspita de Tinduf, a Gran Canaria, Sevilla, Zaragoza, Navarra, Bruselas, Bolonia, Manchester… y en cuantos lugares del Mundo en que se celebraron conferencias internacionales de solidaridad con el pueblo saharaui, clamamos juntos libertad y derechos para ese pueblo. Por allá donde fuimos, Ángela expandió su palabra firme: libertad, su generosa simpatía: “para ser firme no hace falta ser estúpido”, solíamos decirnos cuando aparecía alguno de los doctos engolados que se inclinan por la política, porque esta es una dedicación más tolerante con los mediocres.

Para Ángela no había obstáculos que no se pudieran vencer. La vida era para ella una idea que no se podía llevar a la práctica sin ideas. Su deseo de aprender sólo tenía parangón con el que sentía por comunicar, por enseñar. Su ortodoxia carecía de sectarismo, nuestra amistad era una prueba viva de ello. Nunca me reprochó nada que de mi partido no le gustara, y yo sé que había mucho con lo que discrepaba.

Nunca la vi indignada con nadie, sino frente a la indiferencia ante las injusticias, ante la dejación humana, ante el individualismo egoísta o ante las conductas cínicas. No podía con ellas. Y en eso no miraba partido, credo, ni afición. “Los egoístas son un lastre para el desarrollo de la Humanidad”, habíamos acordado en una de nuestras conversaciones a pie de jaima, y lo reafirmamos en la huelga de hambre que hicimos, junto a múltiples amigos del pueblo saharaui, para reclamar el derecho a la autodeterminación que tantas veces se les ha negado.

Se ha ido un 23 de febrero, como queriendo tapar una de las efemérides más vergonzantes de nuestra historia más reciente. Se despidió como era ella, civil y sin plegarias, en una capilla del tanatorio de su pueblo que no está dispuesta para no creyentes. Sentado en esa capilla, mientras una dirigente saharaui leía una de las despedidas más emotivas que he tenido ocasión de vivir, me acordé que un día, en las Cortes Valencianas, clamó: “en el tanatorio de la Vila no es posible celebrar una ceremonia civil para un difunto no creyente, no hay más sala que la capilla católica con símbolos religiosos no movibles. Si me muero tendré que ir allí y me gustaría que eso estuviera ya arreglado…”.

No lo estuvo. Ni falta que hizo, porque la humanidad yaciente de Ángela civilizó la abarrotada capilla que, mientras sonaba una canción de su juventud, hizo invisibles los símbolos, y se llenó de respeto y admiración por quien tan sólo se diferenciaba de algunos de los que creen en Dios, en que ella no concebía que hubiera que ser pobre y esperar a morir para ir al cielo. Ángela optó por luchar para hacer de la Tierra el cielo, no sólo para los ricos que ya lo disfrutan aquí, sino para todos los que pudieran ser hijos del mismo Dios. Muchos de los que acogió como hijos encontraron el cielo en casa de Ángela, otros encontramos un referente al que mirar en momentos de decepción.